miércoles, 2 de junio de 2010

No más

Por: Alejandra Hernández Ojendi


Fue después de 14 años de matrimonio que Rosalía decidió dejar a su esposo. La idea de irse y llevarse a sus hijas la invadió desde el principio de su unión con Armando, y por mucho tiempo funcionó como una amenaza a la cual parecía sucumbir su marido.

Dejaba de insultarla y de golpearla cuando veía que ella empacaba su ropa y la de sus hijas, quienes siempre, sobre todo la mayor, fueron temerosos testigos de las veces que él corrió a su madre arrastrándola por el suelo mientras la jalaba del cabello.

De lunes a sábado, Rosalía se levantaba a las cinco treinta de la mañana. Preparaba el desayuno, que no era más que leche o café caliente y pan, y planchaba la camisa que su esposo se llevaría a trabajar. Después limpiaba la casa. A las dos de la tarde llegaba Armando. La comida: agua de frutas, sopa o arroz y guisado, tenía que estar lista. Por las tardes, ella trabajaba en una fábrica de calcetines.

Esta rutina, que parecía soportable, se vio trastocada por las repentinas borracheras de su marido, las cuales lo estimulaban para acusarla de infidelidad, para gritarle y humillarla con cualquier otro pretexto.

Esta vez, Rosalía le dijo que se iría. Lo decía en serio. Él no le creyó. Estaba seguro de que ella no tendría el valor de irse con sus cuatro hijas, simplemente porque no podría mantenerlas.

Se equivocó. Rosalía no tenía ningún amante. Rosalía se fue. Rentó un departamento para ella y sus hijas.
Su madre le pedía que volviera con su esposo, que pensara en las niñas, quienes podrían embarazarse a temprana edad por no estar cerca de su padre. Su hermana y sus tíos también intervinieron para que regresara con él, sin lograrlo.

Desde entonces, Armando y Rosalía no viven juntos a pesar de que legalmente no están divorciados. Ella, ocho años después, sigue solventando los gastos de la casa en la que vive con sus hijas, quienes no se han embarazado. Su novio la visita por las tardes. Ya no sufre los gritos y los golpes que padeció desde los 19 años, edad a la que se casó. Ya no se levanta a las cinco treinta de la mañana a servir el desayuno y a planchar una camisa, tampoco debe tener lista la comida a las dos de la tarde.

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